Corriendo del colegio, con ballerinas de lana,
una niña uniformada, juguetona hacia su casa.
Es invierno, frío intenso, soplan soplan grandes vientos,
chubascotes caen riendo, se deslizan por su pelo.
Ella salta los pozones, que en la tierra son millones,
le salpican goterones, desde el suelo borbotones.
Es el viento quien le sigue, levantado sus faldones,
entre medio de los árboles, bota hojas por montones,
silbando entre cables, tintineando luminarias,
vuela el gorro de la niña, ya no está, la luz se apaga,
es el rayo, es el trueno, la visita inesperada.
Ladran perros, maúllan gatos, y el rugir de un motor mecánico,
inconfundible aquel sonido, de un invierno bien llamado,
olor a leña, diseminado, en torbellinos elevado,
cuentan el trabajo del hacha y de tantas dueñas de casas,
que a la espera del obrero y de niños empapados,
mantienen el fuego viviente, de las casas de este barrio.
Y la niña pronto llega, se retira los zapatos,
es la madre quien la espera, su calor y su reclamo
¡Ay! que niña tan mojada, esta lluvia despiadada,
mientras cruje la morada de madera fabricada.
Los hermanos toman leche, sentaditos a la mesa,
Y la niña muy hambrienta, mira ansiosa su merienda,
tan pequeña y revoltosa, las patitas tan traviesas,
gran paciencia de la madre, que las seca que las seca.
Camila Galdames S.